jueves, 13 de octubre de 2011

El amor desconocido según Freud

No quiero dejar pasar esta oportunidad sin expresar, otra vez, mi estupefacción por el hecho de que los seres humanos puedan recorrer tramos tan grandes y tan importantes de su vida amorosa sin notar mucho de ella y aun, a veces, sin tener de ella la mínima vislumbre; o que, cuando eso les llega a la conciencia, equivoquen tan radicalmente su juicio. Y esto no acontece sólo bajo las condiciones de la neurosis, donde estamos familiarizados con el fenómeno; parece ser lo corriente. En nuestro caso, una muchacha desarrolla una idolatría por mujeres; los padres, primero, se resienten con enojo por ello, pero apenas si la toman en serio; ella misma sabe bien la fuerza con que eso la reclama, pero experimenta muy poco de las sensaciones de un enamoramiento intenso hasta que, a raíz de una determinada frustración, se produce una reacción por completo excesiva, que muestra a todos los interesados que se está frente a una pasión devoradora, de fuerza elemental. De las premisas requeridas para la irrupción de semejante tormenta anímica, tampoco la muchacha notó nunca nada. En otros casos encontramos muchachas o señoras en graves depresiones, que, preguntadas por la causación posible de su estado, dan por referencia que han sentido, sí, un cierto interés por determinada persona, pero no lo tomaron muy a pecho y muy pronto despacharon ese asunto después que fue forzoso abandonarlo. Y no obstante, esta renuncia, al parecer sobrellevada tan fácilmente, se ha convertido en la causa del grave trastorno. O bien encontramos hombres que han puesto fin a superficiales relaciones con mujeres, y sólo por los fenómenos subsiguientes no pueden menos que enterarse de que estaban enamorados con pasión de ese objeto presuntamente menospreciado. También cabe el asombro por los insospechados efectos que pueden derivar de un aborto artificial, el acto de matar el fruto del vientre, decisión que se había tomado sin remordimiento ni vacilación. Así, nos vemos precisados a dar la razón a los creadores literarios que nos describen de preferencia personas que aman sin saberlo, o que no saben si aman, o creen odiar cuando en verdad aman. Parece que justamente el saber que nuestra conciencia recibe de nuestra vida amorosa puede ser incompleto, lagunoso o falseado con particular facilidad. En estas elucidaciones, desde luego, no he dejado de descontar la parte de un olvido en que pudo incurrirse con posterioridad.


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