sábado, 27 de noviembre de 2010

Malena

Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.
M.P. 81. 055
Psicoanalista.
Ramos Mejía
Cuando murieron sus abuelos se había visto por primera vez con la percepción de la duración de las cosas. Sensación aterradora para un niño que es sensible hasta en las pequeñas ausencias. Durante un tiempo (tenía 6 años) estuvo pendiente pero después la pubertad, la adolescencia con ese tiempo que no termina, que sobra hasta el hartazgo de no ser tiempo sino eternidad borraron la mancha de la muerte.
Luego vino la facultad especie de prorroga de la eternidad pero recibirse regala una euforia que dura con suerte no mas de 15 días. El trabajo, el amor, los hijos y la muerte de los padres la pusieron de nuevo de frente con el reloj.
Por un momento, sentada en la segunda estación del cable carril en Chilecito, miró las montañas todavía nevadas de la precordillera. Y pensó que estaba bien, que saber vivir era estar dispuesta a aceptar desprenderse hasta de si misma.
Una vez había escuchado la interpretación en piano de la que se supone la última obra de Bach. El pianista se deslizo por la partitura hasta el punto en que fue escrita. Había quedado incompleta con lo cual termino en algo que no es un final sino una interrupción. Qué silencio, qué soledad había pensado. Ser testigo indirecto de uno de los momentos en que el mundo quedó empobrecido de una presencia.
Y se trata de eso: en ese fondo de silencio la intermitencia de Malena.