lunes, 13 de septiembre de 2010

EL PACIENTE AMORDAZADO.

Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.


Cuando un analista dijo, respecto de su clínica con una psicosis, recibió de la concurrencia el cuestionamiento del uso del diván en semejantes circunstancias. La respuesta no pudo ser más contundente: a fin de cuentas el psicoanálisis en su uso puede ser tanto como una religión. Cierta es la existencia de una preceptiva clásica que desaconseja el uso del diván en las psicosis. Pero también están las particularidades propias de cada configuración clínica. ¿Cuál es el destino de la religión en las psicosis?

-         El encuentro de un psicótico con la religión puede operar como factor desencadenante.
-         Pero la religión puede aportar no en sí misma sino en su uso aquello que el sujeto oriente en la construcción de sus delirios estabilizantes.
-         Es cierto que ninguno puede ser el efecto de la religión, esto es, puede encontrar en un psicótico una respuesta de indiferencia.

El saldo es significativo tanto más y esto por ser testigo del hecho: hay analistas así designados cuya estructura puede pensarse no siendo otra que la de la psicosis. Pero independientemente de ello el psicoanálisis puede ser una religión en la medida de decirlo, usarlo y organizarlo en tanto tal.
Una de las cuestiones en las cuales Freud se ocupó de poner especial acento es la modesta reivindicación del psicoanálisis en tanto teoría de un campo limitado de la experiencia sin pretensión de universalismos punto en el cual si podemos encuadrar a la teoría jungiana. El psicoanálisis no es una cosmovisión, es una teoría entre otras, una praxis entre otras.
La sacralización de los textos opera un cierre sobre el carácter enunciativo de la teoría. Un ejemplo es el de los psicoanalistas de orientación lacaniana respecto de la historia, la literatura y la filosofía. Lacan hace un uso estratégico de ciertos discursos que no son tomados en tanto contenido pero lo mismo no puede decirse de algunos lectores de Lacan. Si Lacan dice usando a Antígona en su decir, lo que habla es la verdad de Lacan, no la de Antígona. La tragedia griega difiere esencialmente de lo que Lacan plantea. De eso Lacan estaba advertido pero no lo están los que sacralizan su texto. Porque no leen el decir y lo toman como un saber, creen (de religión se trata) que los textos de Lacan dicen la verdad de Hegel, Marx, San Agustín, Aristóteles, Sófocles, Plauto, etc. Pues no. No dicen nada de eso. Ni siquiera La verdad del psicoanálisis. La posición antedicha se encuentra acompañada de una serie de gestos que ya son señalados:

-         El estudio no tiene una vocación clínica, quedando circunscripto a la lectura y el manejo de los textos de Lacan. La referencia clínica es reducida en extensión y su función no parece sino la de ilustrar el texto sagrado. Muchas veces comienzan con una cita del Maestro y terminan de la misma manera al modo de las oraciones de la liturgia.
-         Es una tendencia consolidada en cierta manera de organizar la institución que la práctica es mayoritariamente, de parte de quienes la dirigen, el análisis de los aspirantes. En el contexto de la sacralización esto implica una marca, un estilo particular y si bien es cierto que la distinción del didáctico no se sostiene también lo es que esta situación parcializa la escucha reduciéndola a la de aquellos que estudiaron el libreto del buen paciente lacaniano. No es de extrañar que aquellos que tienen en su curricula el pasaje por un hospital sean menos proclives al dogmatismo esclerozante de La teoría.
-         Tampoco llama la atención la preponderancia en la última década de las elaboraciones sobre “las nuevas formas del síntoma” o “la clínica de los bordes” o “los nuevos desafíos al psicoanálisis” y en este sentido cabe la pregunta de si no es recibir el propio mensaje en forma invertida. Al hiato estructural entre teoría y praxis, a su lado habría que ubicar una supuesta discordancia que remite a lo especular en el sentido del desconocimiento del propio compromiso en la situación. La nueva forma del síntoma sería que el psicoanalista trabaja cada vez menos, que está al borde de no trabajar, porque no escucha.
-         La censura salvaje de aquellos autores que tienen el valor de decir a partir de su práctica clínica es otra de las puntas de lanza de la sacralización. Lo que se deja de escuchar es al sujeto en cuestión, el sujeto de esos análisis singulares, corrigiéndolos según la teoría observando “las desviaciones” al modo de un planteo que no puede ser otro que la moral.