lunes, 6 de septiembre de 2010

Enfermos de amor?

Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.


La personalidad no es algo que se encuentre constituido desde el nacimiento. Intervienen en su formación factores como la disposición biológica (lo hormonal, lo endocrinológico, lo neurológico y todos aquellos cuadros médicos que tienen repercusión psicológica, etc), la prehistoria e historia individual (relación de los padres con los abuelos, carácter de buscado o no buscado del embarazo, lugar que ocupa el sujeto en la estructura familiar, motivo de la elección del nombre, expectativas del grupo sobre el nuevo integrante y otras variantes) y los factores accidentales posteriores (traumas desencadenantes de la patología).
Esta conformación no agota aquello que caracteriza a una persona, a esto habría que agregar la posición que el propio sujeto tiene respecto de lo dado. Uno no es meramente lo que le pasa, lo que recibe o lo que vivió sino lo que hace con este material.
Respecto a este último punto se puede tener una postura implicada o desimplicada. A saber:
- Yo no tengo nada que ver con lo que me pasa sino que me limito a ser un objeto pasivo víctima del destino o del otro y esa es la respuesta tras la cual no queda espacio para ninguna pregunta. Solo se trata de padecer.
- O yo intervengo en la generación del problema de modo que las cosas podrían ser diferentes si actuase de otra manera solo que ignoro cual es el punto en que perdí el comando de la situación. Aquí se abren un conjunto de preguntas: ¿Cuál es ese punto? ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál la razón por la cual no lo sé o me cuesta percibirlo? Avatares del camino de la libertad.
En la medida que no hay un psiquismo acabado se puede afirmar que nunca tiene una conformación definitiva estando abierto a cambios, evoluciones e involuciones. La elasticidad de esta estructura puede verse afectada en los cuadros neuróticos.
No es algo fuera de lo común que, en relación a la disfunción de pareja y las dificultades amorosas en términos generales, aparezca la sensación de haber pasado por situaciones idénticas. Esta es una señal que no para todos funciona como tal. Los que la saben escuchar rápidamente advierten, en su historia, una repetición difícil de explicar por el azar. Los mismos problemas desfilan en sucesivas experiencias como si estuviesen actuando una pieza de teatro con un guión rígidamente preestablecido. Increíblemente y a pesar de la voluntad de no volver a reiterar ciertas situaciones se sorprenden con las mismas conductas y reacciones.
Ante esta cuestión están aquellos que no reparan lo que se pone en juego, se vuelven a proponer que “de ahora en más” no se repetirá sin resultados y aquellos que dramáticamente deciden que se trata de un destino personal imposible de modificar.
La terapia se fundamenta en la medida que se pueda asumir que la repetición está en relación a una causa que queda siempre fuera de consideración por ignorada. Aproximarse a esta verdad intima es el camino para salir del trance. 

BETINA.

Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.

Betina a los 35 años tenía una visión más equilibrada de sí misma: en su adolescencia había gozado de los beneficios de un cuerpo que si bien no era el de una modelo o una vedette se encontraba bastante por encima del término medio. Esto le había llevado, empujada por el exceso de todo a aquella edad, a pensar que era más deslumbrante de lo que realmente era. Luego vinieron los desengaños o quizás sea mejor decir los ajustes a la realidad de la biología y de la edad.
Fue testigo después de los 24 años que "esos kilos que fácilmente subían y fácilmente bajaban" sólo fácilmente subían, que tener ese cuerpo adolescente implicaba una inversión de  tiempo y dinero nunca antes pensada pero 6 horas semanales en el gimnasio le permitían pasar parcialmente desapercibida en los boliches que frecuentaban personas casi 10 años más jóvenes.
Había empezado una carrera no tanto porque tuviese una vocación definida sino por una especie de inercia que la llevaba a tratar de reproducir un ambiente social similar al del colegio.
Al mismo tiempo a base de un rendimiento regular pero sostenido había progresado en el trabajo al punto que, con lo justo, le permitía vivir sola.
En una oportunidad tuvo que rendir materias que exigieron un esfuerzo extra. El abandono de la carrera estuvo determinado por varios factores: muchas veces la exigencia de tiempo de cursada y el estudio implicaba un menoscabo estético, por el tiempo que le sacaba al gimnasio, porque comía un poco más de los acostumbrado, porque la inversión del dinero que exigía no le permitía mantener actualizado su guardarropa y porque la obligaba a perderse ese fin de semana adolescente con el que se obsequiaba y que, sabía, estaba condenado a terminarse.
A los 35 Betina vivía sola, con un trabajo con el que podría subsistir, una carrera universitaria abandonada. Salía, ahora con esfuerzo, con chicos más jóvenes que  no la tomaban muy en serio. Empezaba a desembocar en otro tipo de relación: hombres de su edad solos o casados. Empezó a sentir un profundo malestar. 

PROMESA INCUMPLIDA.

Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.

Héctor siempre estuvo envuelto por un aura de santidad. Ya a los 4 años era portador de una virtud en todo sentido envidiable.
La curiosidad y la poca aptitud para los juegos lo inclinaron a la lectura. Sus predilectas eran las de aventuras: London, Verne, Salgari, etc.
En su adolescencia ya podía estar a la altura de agradar a un intelectual en su conversación. Era el mimado de los profesores, fuente de estímulo para la preparación de sus clases en un contexto en el que el secundario para un docente era mas una prueba de tolerancia que una vocación.
Alumno brillante obtiene el título universitario con las máximas calificaciones y en el menor tiempo posible. Una promesa.
Eso sí…nunca había tenido una relación sexual. A los 22 años y si bien había sido objeto de burlas en su escolaridad, nada le dolió más que la carencia de la experiencia con mujeres que se reducía a unos pocos besos de alcoholizadas señoritas que no solo no ofrecían resistencias sino que ellas mismas avanzaban antes de cualquier proposición.
Así las cosas comenzó a trabajar y le fue muy bien pero en su tiempo libre (que trataba que fuese cada vez menor) era asaltado por la angustia. Héctor se sienta en un café, levanta la vista y ante él una pareja, esa sensación de estar excluido de la fiesta de la vida, sin recursos de esa manera extraña en que carecen de recursos los que tienen todo para ser feliz y no pueden.
A los 35 años angustiado ante el amargo incumplimiento de su dicha puede ver una grieta, tal vez una nueva promesa.