Por el Lic. Juan Esteban Courrèges.
M.P. 81055
Consultorios psicológicos
Pensó en lo que le dijo Sergio: tal vez, las condiciones que pone a los hombres sean una forma de mantenerlos a distancia. Era extraño pero era la primera vez que el tema le daba tristeza. Hasta ahora se había mantenido en los parámetros de la bronca, por momentos bordeando el odio. Verlo a la distancia le daba cierto aire de ridiculez a la escena: conocía a alguien que, en principio, la entusiasmaba, pasaba un breve período de fascinación y luego desencadenado en algún gesto que implicaba para ella una pequeña desatención empezaba la lista de defectos y las condiciones, la medición de ese hombre en relación a un ideal. Esto terminaba invariablemente en el abandono.
Se río mientras se preparaba el café, mirando la ciudad inmensa y anónima a través de la ventana. Sí, en verdad era increíble que no se diese cuenta que ella algo tenía que ver con lo que le pasaba, que había una especie de muda complicidad y que atribuir su desdicha al puro azar era por lo menos mandar de vacaciones al intelecto. Pero más allá de las sonrisas que esto le provocaba había la sospecha de algo innombrable en los motivos que tendría para que esta historia se le impusiese sistemáticamente.
Su perro estaba recostado en unos almohadones en el living. Marcia le arrojó una pelota de tenis y se pusieron a jugar. Al rato, fastidiada por lo solícito del animal, lo echó al balcón.